Por Mariu Serrano
Entre bastidores
El hall del Village Recoleta atestado de gente. Afuera, pegoteados de llovizna, se van encontrando los amigos y alumnos del taller de cine que ofrece Raúl Perrone en su natal Ituzaingó. Se respira expectativa mientras comentamos algo sobre cómo llegamos y cuánto tardamos, porque la mayor parte somos oriundos del lejano oeste. Entre el público hay actores del off, turistas anglosajones, fanáticos de la primera hora, y un destacable abanico de edades.
Relajado, diría “en su salsa”, el consagrado director hace a un lado sus fobias al amontonamiento y la vorágine del centro, porque siente el BAFICI como su casa. No es casual que sea el cineasta que más participaciones tuvo en el ciclo, y que pese a -más bien gracias a- haber rodado casi cuarenta películas, la sala siga llenándose de espectadores a la espera de un nuevo mazazo visual. Por supuesto, esta noche no es una excepción.
Con fresca insolencia, una vez que logra atravesar el mar de saludos y abrazos que lo detienen a cada paso, logra que un buen número de nosotros ingrese en la sala sin entradas, ya que como era de esperarse se agotaron en muy pocos días. Por suerte para quienes lo acompañábamos, el Perro es de lo más generoso, y además, ¿quién se atrevería a decirle que no?
Un lienzo para múltiples cuadros
Dos hombres y dos mujeres, modelos vivos dentro de una recreación de la escandalosa obra “Almuerzo sobre la hierba”, de Édouard Manet, cobran vida. El escrupuloso trabajo de maquillaje y vestuario, a cargo de Cintia Parra, la utilización de óleos de paisajes y la música clásica nos internan con docilidad en un mundo bucólico. La irreverencia absoluta del Perro se nota en cada detalle: los contornos corporales se pixelean sobre el fondo y sus pies se transparentan, dándonos además cierto indicio sobre la naturaleza onírica de estos personajes.
La obra juega constantemente en el borde entre lo concreto y lo etéreo, o entre el raciocinio y lo instintivo. La ausencia de diálogos –oíbles- se integra con sugerentes primeros planos cargados de expresividad y la utilización de símbolos inequívocos: una mujer comiendo una flor, dos cazadores con armas, una manzana, un rostro de ojos vacíos, un torso desnudo.
De los dieciocho actos que componen Hierba, quizá el más significativo sea el número doce, “el acto azul”, que actúa como una bisagra, un cambio de ritmo. En primera instancia irrumpe Che Cumbé (quien se encargó de componer la música de P3ndejo5), luego los personajes entran en una suerte de danza en trance y juguetean como mimos. En el último tramo se explicita aún más la contraposición de la esfera concreta con la mística, así como el anacronismo que impregna toda la película. La última secuencia es una sucesión exquisita de cuadros recreados, que, combinada con la versión de Sid Vicious de “My way”, es una elocuente condensación poética.
Pinceladas finales
Tras el caluroso aplauso, el Perro llama al frente los participantes que están en la sala. Coinciden sus anécdotas sobre dónde estaban cuando se enteraron del rodaje: pocas horas antes, sin ningún otro anticipo que una llamada telefónica. La espontaneidad y la improvisación son la firma de este director, algo que contrasta felizmente con lo meticuloso de su edición y selección musical. Entre el público, se deslizan algunas preguntas, cuyas respuestas son un ABC de su metodología:
La división en actos, ¿a qué responde?
Lo que me permiten los actos, que tiene que ver mucho con el cine del ’20 o del ’30, que trabajaban en actos, es romper y fragmentar la narración de alguna manera, o sea, tratar de no seguir un hilo conductor. A mí me gusta inclusive el corte bruto respecto a la música, digamos, todas aquellas cosas que seguramente un director “de carrera”, no pondría, yo suelo ponerlas, porque eso es anti-cinematográfico si querés, hasta desprolijo. Pero creo que ello a su vez forma parte de un estilo y me gusta romper con esas cosas. En las últimas películas puedo poner un acto y al rato pongo “Acto 48”, vos no sabés qué pasó en esos cuarenta y pico de actos. Entonces me parece que eso también está piola porque hace que te dejes llevar y no estés pensando qué pasó antes, qué pasó después, que es una obsesión que tiene un montón de gente. Toda la gente cree que tiene que haber un principio, un desarrollo y un final; Godard suele decir que a lo mejor se hace eso pero no en ese orden. Yo puedo empezar por el final si quiero, y está bueno también, el asunto es acostumbrarse a ver ese tipo de cosas.
¿Por qué la elección de que no se escuchen los diálogos?
Antes mis películas se basaban en los diálogos: Graciadió, La mecha… y a partir de P3ndejo5 decidí sacar la voz de mis personajes pero darle un tratamiento, una cosa distinta; volver a la fuente del cine, el principio, los orígenes. No sé si hacen falta los diálogos en esta película, me parece que se entiende lo que pasa. Los diálogos a veces estorban o remarcan cosas que ya estamos viendo: ves que la mina se va y le decís “¿Te vas?”. (Risas) Esa es una de las cosas que yo veo en nuestro cine y en mucho cine. Diálogos que son tan intrascendentes que son más importantes las cosas que no se dicen que las que se dicen. Apuesto a contar una imagen, que también es muy difícil, pero no me importa mucho que entiendan mis películas.
Ficha Artístico/Técnica
Dirección, diseño de imagen y sonido, edición y guión: Raúl Perrone
Asistencia de dirección y foto fija: Mailén Cárdenas y Emma Echevarría
Colaboración de guión: Fernando Sdrigotti
Cámara y fotografía: Raúl Perrone, Alejandro González, Iván Moskovich, Martín Farina
Producción:Les Envies que je te desire, Trivial Media, Pablo Ratto
Música: Juan Marco Litrica, Che Cumbe y Dj Negro Dub
Vestuario y maquillaje: Cintia Parra
Intérpretes: Dulce Huilén Azul, Guillermo Quinteros, Evelyn Cazal, Néstor Gianotti, Oscar Purita, Jorge Izzo
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