El sueño del pibe, cumplido: de la publicación al estreno de Kryptonita de Leonardo Oyola.

 

Luego de la impronta producida por la película dirigida por Nicanor Loreti, la huella de Leo Oyola se visibiliza en el campo literario argentino, un escritor de relatos policiales que pone en cuestionamiento los límites de lo imaginable y obliga al lector a escoger un bando en el proceso.

Por Diego Hernán Rosain

 

Es indiscutible que, en el año 2012, Marvel ganó la contienda contra DC Comics dentro del campo fílmico de batalla. Si la década del 2000 era prometedora para DC Comics a pesar del espantoso reboot de Superman Regresa (2006) y gracias a la exitosa trilogía del director Christopher Nolan acerca del queridísimo y polémico Batman (2005, 2008 y 2012), las posibilidades de DC Comics se han visto seriamente cuestionadas gracias a la impresionante superproducción de Marvel conocida como Los Vengadores (2012). Con la inminente llegada de Batman v Superman: El origen de la justicia (2016), aún habrá que esperar hasta el 2017 para ver la primera parte de la creación de “La Liga de la Justicia”. Mientras tanto, lejos del monstruoso Hollywood y dentro de nuestro humilde conurbano, algo se ha estado gestando.

En 2011, en el contexto antes descripto, apareció la novela del ya conocido y premiado escritor casanovense, Leonardo Oyola, llamada Kryptonita, en clara alusión al elemento ficticio del universo de DC Comics que representa una de las pocas debilidades del Hombre de AceroAvant la lettre se especula que la cultura popular y de masas, estarán presente como sucede en todos los relatos de Oyola; se narrará una derrota o a una caída que acontece a los personajes y los narradores contarán desde un presente devastador la historia de aquél descenso. El relato se guarda para sí el rol que cumplirán los personajes y también sus objetivos, con lo cual, la sorpresa queda supeditada al tratamiento del enigma.

En una época en la cual la competencia ha hecho estragos con DC Comics, Oyola se la juega al escoger como intertexto a “La Liga de la Justicia” en lugar de “Los Vengadores”. Esto amerita hacer una pregunta: ¿Por qué escoger el bando de los perdedores en lugar del de los ganadores? La respuesta no deja de ser compleja.

En el siglo XX se produce una mixtura en el concepto de héroe como programa narrativo: el superhéroe pierde algunas batallas, siempre las más importantes y las que lo perseguirán y atormentarán por el resto de su vida, para poder ganar otras que, en la mayoría de los casos, terminan con la vida de sus seres queridos pero salvan la de los ciudadanos de la metrópoli que habita (cuando no la del planeta entero). Si tenemos en cuenta que los personajes de Oyola son siempre seres en pena, desgarrados y rotos emocionalmente, no ha de sorprendernos la elección por BatmanSuperman o Flash cuyos pasados e infancias involucran serios traumas y trastornos ocasionados por la muerte de los padres o la extinción de su planeta natal. Pero aún hay más.

En la década de los ’90, cuando la televisión ya era habitual y necesaria dentro de un hogar de clase media, comenzaron también a aparecer el cable y los canales infantiles extranjeros que exportaban a nuestros hogares sus programas. Todos los que nacimos en esa década recordamos con nostalgia las series animadas de SpidermanLos Cuatro FantásticosHulkIronman y X-Men; pero, casualmente, ninguno de estos personajes llegó a formar grupo con otras de sus series vecinas salvo esporádicas apariciones en ocasiones azarosas e injustificadas. Los equipos de superhéroes tales como Los Cuatro Fantásticos y los X-Men eran prefabricados y suponían pocos conflictos o malentendidos internos ya que funcionaban como una unidad orgánica indisoluble; en cambio, DC Comics apostó a otro juego. Entre 1973 y 1985 se emitió una versión enfocada al público infantil de “La Liga de la Justicia” bajo el nombre de Los Súper Amigos la cual estaba integrada, además de los conocidos superhéroes, por Aquaman y los olvidables y repetitivos Gemelos FantásticosZan y Jayna, junto a su mono mascota Gleek. Sin embargo, para no perder el hilo del asunto, Oyola retoma otra versión más adulta y agresiva que fue la conocida Liga de la Justicia y su continuación, la Liga de la Justicia: Ilimitada, transmitidas ininterrumpidamente desde 2001 hasta 2006. Nos damos cuenta por varios motivos: Aquaman no tiene su doble en la novela de Oyola y en su lugar aparece Juan Raro como alter ego del marciano J'onn J'onzz, al igual que no aparecen los Gemelos Fantásticos y sí la Chica Halcón bajo el nombre de la Cuñataí Güirá; así como Hal Jordan, el Linterna Verde de la serie animada, el Faisán es de tez oscura, (a pesar de que el actor que lo interpreta, Nicolás Vázquez, no lo sea); por último, está claro que la relación entre los integrantes de “la banda de Nafta Súper”, al igual que la de los miembros de la “Liga de la Justicia”, no es armoniosa ni está libre de conflictos: por ejemplo, el Federico confiesa al doctor no ser igual que sus colegas por pertenecer a la Policía Federal, al igual que Batman es el único en el grupo que no posee verdaderos superpoderes, motivo por el cual ha sido discriminado y dejado de lado en varias contiendas intergalácticas.

El pasado oscuro de los personajes, el origen perturbador de sus poderes, la convivencia tensa y beligerante entre los miembros del grupo y, por último pero no menos importante, la rica y deliciosa gama de supervillanos y némesis que confrontan al equipo hacen que “La Liga de la Justicia” haya sido la elección acertada a la hora de decidirse por un bando. Ahora, vayamos a lo concreto. El traslado de los personajes de un contexto al otro no es de uno a uno, sino que implica una seria transformación, asimilación y actualización a la realidad bonaerense.

 

No agota releer cómo fue que el pequeño Bruce Wayne perdió a sus padres a la salida del cine, cómo Clark Kent fue rescatado de su nave espacial y criado por una pareja de campesinos o cómo la Princesa Diana aprendió las artes amazónicas para defender su trono de ser usurpado en reiteradas oportunidades. Los orígenes de los superhéroes se han transformado en nuestros mitos modernos y, al igual que los mitos, lo interesante no es releerlos, sino encontrar sus variantes. Lo que Oyola logra al trasladar los mitos estadounidenses al ámbito del conurbano es profundizar y agravar el carácter trágico de los episodios eliminando su carácter heroico. El Federico pierde a sus padres en pleno proceso de divorcio a la salida de una película del Zorro (que en la película se convierte en nuestro histórico ‘Italpark’) a manos de un pibe chorro que los mata a quemarropa; Nafta Súper es abandonado en un descampado que se utiliza como basurero y salvado por una pareja humilde de La Matanza; Daniel, alias Lady Di, es un travesti que se enamoró de su amigo de la infancia y que encontró su destino en las últimas comparsas y corsos barriales. No hay heroicidad en esas historias porque no son el origen de nada salvo de un vacío y una escarificación, la huella que un recuerdo doloroso deja en los personajes. El hecho de que sean contadas por los propios protagonistas las vuelve aún más amargas y facilita al lector la tarea de compadecerse y padecer junto a ellos. Oyola muestra el lado oscuro de los superhéroes para resaltar la poca luz que aún habita en ellos: esta banda de delincuentes, si bien comete crímenes y fechorías, posee un indiscutible lado humano que los vuelve seres complejos y contradictorios. No son las figuras inviolables e indestructibles que Hollywood nos hizo creer; por el contrario, son más frágiles que el común de la gente.

La degradación humana a la cual Oyola somete a sus superhéroes no es paródica ni mucho menos satírica; los envuelve con un manto de carnalidad y materialidad insuperables, casi al punto de ser palpables. Así como el Carozo confeccionado por Doña Ina con una sábana azul no es menos real que el Carozo verdadero de la televisión argentina (episodio que extrañaremos en la película), “la banda de Nafta Súper” no es menos real que “la Liga de la Justicia”. La diferencia reside en el plano afectivo y emocional, el grado de sentimiento que implica su creación, cuestión que se deja leer en la voz del Faisán: “Cuéntenla como quieran. Que somos dioses, que somos hombres, que somos buenos, que somos malos… Pero que se entienda que no somos fantasía. Que somos realidad. Y que aunque busquen copiarnos nosotros no andamos en pose porque somos los originales” (Oyola, 2015:209).

La película dirigida por Nicanor Loreti respeta en gran medida los diálogos y las caracterizaciones de los personajes de Kryptonita. La relación entre padres e hijos se ha duplicado: en lugar de enfocarse absolutamente en Nafta Súper y Monchi, el drama familiar está puesto en el Tordo y su hija, quien vive con su madre luego de la separación. Esto genera una simetría; tanto Nafta Súper como el Tordo son seres desdichados cuya torpeza ha puesto en riesgo los lazos que los unen con sus seres queridos.

La actuación de Diego Velázquez es impecable; continúa envuelto en el aura de Remo Erdosain al cual encarnó en el unitario de Canal 7 basada en las novelas de Roberto Arlt y me atrevería a decir que podría trazarse cierta línea de continuidad, si bien lejana, entre ambos autores. Las otras dos perlitas son sin duda Lautaro Delgado y Diego CremonesiLautaro muestra unaLady Di maternal, fraternal, amante, drag queen y amazónica; todas sus facetas se manifiestan puras y reales, lo cual provoca una verdadera conmoción en el espectador. Diego, en cambio, encarna a un sublíder que sabe pensar en frío y rápido, calculador y certero; no solo aprovecha su velocidad para aparecer y desaparecer de cámara, sino también para dar respuestas atinadas y puntillosas. La frutillita del postre es sin lugar a dudas Diego Capusotto, quien con su Joker porteño, bipolar y alcoholizado tira la posta y pone en jaque a todo el grupo. El breve cameo de Leo Oyola como un malandra que ataca a Nafta Súper es claramente un guiño a las apariciones de Stan Lee en las películas de Marvel; lo mismo ocurre con la escena post-créditos que se ha vuelto infaltable en las películas de superhéroes.

Para ser una película con mucho diálogo, la acción no se queda jamás atrás ni se hace esperar. Los flashbacks son contados a la manera de un cómic, lo cual facilita al espectador entrar en aquel código. Las luchas están llenas de adrenalina, aunque todavía estamos lejos de alcanzar a Hollywood en materia de efectos especiales. Los poderes de los personajes, que van apareciendo suavemente en la novela, surgen de manera explícita en la película; eso acelera la sorpresa y hace que pierda gran parte de su efecto. Un acierto de Loreti es la eliminación del Diablo Amarillo (Etrigan en el universo de DC Comics) y su intercambio por el muerto que vuelve, como un recordatorio por los pacientes perdidos del Tordo.

Kryptonita abre nuevas perspectivas dentro del cine argentino. El final es claro al respecto y señala una etapa que se abre y se cierra en sí misma. Puede que Nafta Súper se retire de la pantalla grande, pero también que otros, quizás sus propios compañeros, retornen en algún momento para salvar al conurbano de la malaria y la corrupción. Tanto Oyola como Loreti han aprovechado y vuelto productivo un campo inexplorado: el de la superheroicidad porteña, con sus luces y sus sombras.

 

Estreno 3 de diciembre de 2015

Basada en la obra homónima de Leonardo Oyola

Dirección: Nicanor Loreti

Productora:

Crudo Films

Hermanos Dawidson Films
Energía

Reparto: Diego Velázquez, Juan Palomino Pablo Rago Lautaro Delgado Diego Cremonesi Diego Capusotto Sebastián De Caro Nicolás Vázquez Carca Susana Varela Sofía Palomino Pablo Pinto

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