Dog Sweat o cuando la censura es real

 



Diversas reacciones generó dentro del Mar del Plata Film Fest, este film iraní que puso en evidencia la extensa mano de la censura más allá de las fronteras físicas del propio país.

por Teresa Gatto

Asistimos a la proyección de este film iraní dentro de la sección Panorama del 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (13 al 21 de noviembre de 2010)

Dog Sweat (Aragh sagee), sin traducción literal al español, significaría algo así como “sudor de perro”, o “sudar como un perro”, cuando uno asiste a la exhibición del film entiende que la traducción más certera en estas altitudes sería “llevar una vida de perros”.

Su director Hossein Keshavarz, vivió en Irán, Nueva Zelanda, España, Perú y EE.UU. donde estudió Bellas Artes en la Universidad de Columbia. Fue productor  del cortometraje Site in Fishkill Creek (2004) y dirigió Christmasland (2005), siempre sobre sus propios guiones. Ha sido Jurado de la Competencia Argentina de la edición del Festival que acaba de finalizar y Dog Sweat es su primer largo.

La sinopsis proporcionada a la prensa dice: “filmada clandestinamente en Teherán justo antes de las elecciones de 2009, con urgencia heredada del cinéma verité, Dog Sweat es un objeto extraño dentro del panorama del cine iraní. Un objeto controvertido y peligroso, que arranca brutalmente el velo que No One Knows About Persian Cats (nunca exhibida en nuestro país) había empezado a descorrer: ése que oculta la existencia de una subcultura juvenil asfixiada bajo el peso de obligaciones, tradiciones y represiones impuestas por las autoridades civiles o religiosas, que en Irán son prácticamente lo mismo, o la familia. A través de las historias entrelazadas de seis jóvenes (un gay que se enfrenta a un matrimonio arreglado, una feminista que tiene un affaire con un hombre casado, una pareja que busca un lugar donde tener intimidad...), Keshavarz muestra una faceta de la sociedad iraní completamente desconocida en Occidente, al tiempo que revela en toda su dimensión la esquizofrenia e hipocresía derivadas de tener que vivir de una forma públicamente y de otra, muy diferente, detrás de puertas cerradas”.

Con las limitaciones de un trabajo hecho en la clandestinidad, la película nos propone el interés de una mirada como la del flâneur, tan bien descripta por Walter Benjamin, en la que cualquier sujeto se vuelve espectador, deambulador y lector al mismo tiempo del ambiente que lo circunda. Claro está que ese flâneur no se hace cargo de la multitud ni se integra a su alienación, lo cual, en este film es casi una bendición ya que nuestras mentes occidentales no pueden ni comenzar a concebir cómo se vive en Teherán. De hecho, este tipo se extingue justo en el momento exacto en que no evita la contaminación con aquello que intenta leer, analizar u observar.

Pero el punto que convoca estas líneas no es ni la calidad del film, ni siquiera las tribulaciones de sus personajes. Ellos, sumergidos en un estado de cosas que rebaza cualquier lógica que no sea vista por un iraní, dirimen sus existencias en una suerte de bipolaridad incurable. Y por suerte su director decidió no cruzar sus historias en una suerte de “Babel” o “Vidas Cruzadas” que hubiera sido un re frito intolerable. Como en “La bestia y la Jungla” de Henry James, esperar que algo ocurra en Dog Sweat es desconocer que lo más pavoroso que podía ocurrir ya ocurrió. En los diarios leemos que el 3 de noviembre Irán aplazó el ahorcamiento de Sakineh Mohamadi Ashtiani, aunque mantiene su condena por adulterio, informa el Comité Internacional contra la Lapidación. En ese segmento espaciotemporal acaece el film y esas restricciones, censuras, prohibiciones y limitaciones exceden el suelo iraní y se constituyen en parte de la subjetividad de su director.

Finalizada la proyección y ante las preguntas variadas de los críticos y público Hossein Keshavarz, sólo respondió: “no puedo responder”. Luego de una tercera negativa, un cronista extranjero le recordó que estábamos en Argentina, que había democracia y que podía expedirse sobre lo que deseara. Sin embargo, el realizador se mantuvo firme en su negativa y el cronista partió fastidiado como los que nos quedamos. Sólo habló de generalidades tales cómo porqué no cruzó las historias, sobre la dificultad de filmar sin autorización, ya que el cine en Irán (que tanta satisfacciones tuvo hace un tiempo) se produce en sociedad con el Estado y es éste quien aprueba o no contenidos, formas, elencos, presupuestos, etc. Nada escapa a esa órbita intangible llamada régimen, ni siquiera las buenas intenciones de Keshavarz, que amedrentado por las posibles repercusiones que en Teherán tuvieran sus propias declaraciones, no pudo responder casi nada de lo que espectadores y periodistas querían indagar dado el extrañamiento provocado por esa bipolaridad en la que los protagonistas de las tres historias se hallaban inmersos.

Habíamos observado que las actrices llevaban pelucas, ostensibles, que les transferían un efecto irreal y perturbador para un ojo que no espera ver una iraní con el cabello color caoba. La respuesta a esa pregunta es que si los descubrían filmando interiores, nadie podría decir que no tenían su cabellera cubierta como mandan las sagradas órdenes religiosas iraníes.

De modo que más allá del hecho artístico nos quedamos con una observación mayor que trasciende al mismo y que su hacedor dejó traslucir. Es la existencia de una fuerte censura en el contexto de producción del film y además la imposibilidad de desprendimiento de la propia censura interna del director que lo limita en su expresión aún a kilómetros de su país.

Según el diccionario de la Real Academia Española la autocensura es una “limitación o censura que se impone uno mismo”. Según el Diccionario de Comunicación Social de Olga Dragnic, consiste en “obviar ciertos temas, eliminar o modificar algunas informaciones o determinados enfoques que podrían resultar conflictivos o desfavorables para las fuentes oficiales o privadas, anunciantes o cualquier otro grupo de presión, incluyendo al propio medio o al periodista”, en este caso, el cineasta. Pero no es contra Hossein Keshavarz a quien dirigimos nuestra observación sino hacia una ética de la creación, porque si bien hacer un film de modo clandestino conlleva un riesgo, cabe suponer que se quiere transmitir algo, dar a conocer un estado de cosas, sino nos quedamos en la mera exhibición que no sólo impugna el debate sobre un horizonte de expectativas determinado, aquí el del Teherán inmediatamente anterior a las elecciones del 2009, sino además sobre el para qué.

En este punto se abre otra cuestión ¿el arte debe ser moral? ¡No! De ningún modo, morales o inmorales son los sujetos. El arte no debe acatar esos supuestos ni ningún otro que lo limite. Pero los límites se han hecho ostensibles en la figura del director, privándolo de un intercambio, tal vez enriquecedor por la diversidad cultural reinante en el Festival. La censura impuesta a miles de kilómetros de la Ciudad Feliz, lo acompañó más allá de sus estudios en Columbia y de su paso por Nueva Zelanda, España o Perú. A despecho de su voluntad, la censura/autocensura se apoderó de su momento y de su película.

Y esta desventura real, este modo de autolimitación nos resulta incomprensible. Fácil sería por contraposición resaltar los valores de occidente pero todos sabemos que en materia de libertades y otros derechos humanos y más allá de importantes avances, es mucho el camino que aún falta por recorrer. Pero sí, nos sirve para distinguir la real dimensión de la palabra “censura” y como muchas veces el término se utiliza sin la conciencia de su verdadera gravedad. En nuestro país muchos han perdido el filtro hace tiempo. Cualquiera se dice censurado cuando en realidad lo que ocurre es que su producto es malo, no alcanza los estándares, no tiene rating o sencillamente carece de toda calidad y se intenta utilizar el “arte” para destilar una frustración con la que se harían un picnic desde Freud hasta Bucay.

Dog Sweat es una historia de jóvenes marcados a fuego por un sistema esquizoide y también de una autocensura real y dolorosa. Debería llamarnos a meditar sobre la libertad de expresión y a defenderla como sea y a no jugar con la utilización de palabras serias cuando en realidad lo que no se soporta es un “no” por respuesta y cuando el producto que se muestra como maravilloso deja mucho que desear. Por estos lares, lejos de reyes y  de ayatolás, hay más de uno que queda en evidencia al decirse “censurado” y que si se desasnara nos evitaría su patético lamento que confrontado con otras realidades configura un lugar sin retorno: el del ridículo. 

 

Ficha Técnica:

Irán/Estados Unidos-Irán/US, 2010/ 90' / HD / Color / Persa

Director: Hossein Keshavarz
Guión: Hossein Keshavarz, Maryam Azadi
Fotografía: Ehson Karimi
Edición: Hossein Keshavarz, Mollie Goldstein
Dirección de Arte: Reza Farhadi
Producción: Maryam Azadi, Hossein Keshavarz, Alan Oxman
Intérpretes: Sara Esfahani, Tahereh Azadi, Shahrokhi Taslimi, Ahmad Akbarzadeh, Rahim Zamani

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